Este finde me han venido a ver unos amigos y hemos estado mucho tiempo fuera de casa; de turismo y saliendo por la noche.
Ha estado bien cambiar de hábitos y hacer de guía turístico (con la muy poca idea que tengo). También hemos comido en algún sitio bastante rico, lo cual siempre está muy bien.
Ahora que se han ido, vuelvo a sentir el peso de la soledad; el de estar en un sitio sin confidentes. No sé, siempre, en todos los lugares en los que he conseguido hacerme un sitio, he tenido la figura de ese amig@(s) con el que discutir con una cañita las formas de arreglar el mundo o intercambiar secretos, preocupaciones o alegrías: Pablo, Dani, Elena, Alberto, Darío, Javi, Elena 2, la gente del grupo en Madrid, Javi 2...
Miro todas las ciudades en las que he vivido, y veo que aquellas que me han "repelido" comparten este rasgo: la ausencia real de esa persona(s) con la que te puedes abrir con total confianza. Y esa ausencia me hace sentirme incómodo.
En ocasiones, necesitamos de esa gente que tira de nosotros para adelante cuando nos atascamos, o a la que empujamos nosotros cuando son ellos los que pasan por dificultades. Afortunadamente, aunque desde la distancia, hay alguna que me está echando un cable para superar estos contratiempos y pellizcandome para que reacione (Gracias Elena!)
No todo iba a estar perdido.